Cuando eras niño, es probable que las redes sociales no existieran, o que fueras lo suficientemente mayor como para recordar cuando llegaron, con cosas como MSN y MySpace, seguidas rápidamente por Facebook.
Para los adolescentes de hoy, las redes sociales no son algo que recuerden haber visto llegar. Estuvieron presentes desde que nacieron, y probablemente comenzaron a usarlas desde muy pequeños. Y si no las usan, es probable que tengan amigos que se burlen de ellos por eso.
Los peligros de las redes sociales y el tiempo frente a pantallas
Las redes sociales pueden ser peligrosas. Existen personas malintencionadas, además de problemas como el ciberacoso. Las redes sociales pueden causar un daño significativo a una autoestima frágil, un problema ya difícil para los adolescentes. Sumemos la ansiedad, la depresión, la caída en las calificaciones y el mal sueño debido al tiempo excesivo frente a pantallas, y es suficiente para querer prohibirlas de inmediato.
Sin embargo, demonizar las redes sociales y las pantallas solo trae más problemas. Prohibirlas puede llevar a la creación de cuentas falsas que los padres desconocen. Incluso quitarles los teléfonos puede ser esquivado por adolescentes ingeniosos, que probablemente tengan amigos con teléfonos de repuesto donde solo necesitan una conexión WiFi.
Como terapeutas, abordar temas como las redes sociales y el tiempo frente a pantallas puede ser abrumador. Puede parecer que estamos tratando de asesorar sobre un tema donde el experto es nuestro cliente, no nosotros. Y sí, puede que no conozcamos la última jerga o la aplicación más popular, pero entendemos el impacto que pueden tener en nuestros jóvenes clientes, tanto física como emocionalmente.
¿Cómo impactan las redes sociales y el tiempo frente a pantallas en la autoestima de los adolescentes?
Quiero contarte la historia de María, llegó a consulta con el psicólogo de su colegio porque sus maestros estaban preocupados por sus niveles de fatiga y su falta de concentración en clase. Sus padres estaban confundidos, ya que parecía estar bien en casa, pero decidieron llevarla de todos modos. Al hablar con ellos, mencionaron que María tenía menos apetito de lo habitual y un renovado interés en ir al gimnasio, asistiendo diariamente. Pensaron que esto era un desarrollo positivo, bueno para liberar estrés. Su mayor preocupación era que María* casi nunca se separaba de su teléfono, lo revisaba incluso durante la cena y se lo quitaban por la noche tras descubrirla usándolo después de la medianoche, aunque tuviera clases al día siguiente.
Resultó que María* estaba convencida de que estaba gorda. Su apetito no había disminuido por estrés, como creían sus padres, sino porque deliberadamente comía menos y a menudo se iba a la cama con hambre. María* estaba lejos de tener sobrepeso, pero comparada con sus amigas (me mostró fotos de ellas posando en bikinis), se sentía «como una ballena» (sus palabras exactas). Su renovado interés en el gimnasio era para quemar tantas calorías como fuera posible, en lugar de ponerse en forma o fortalecer su cuerpo. Al preguntarle qué cuentas seguía, enumeró a varios (delgados) influencers de fitness, la mayoría promoviendo comidas bajas en calorías, ayuno intermitente y «limpiezas».
En terapia, empezamos a analizar lo fácil que es editar fotos y videos para que un cuerpo parezca de cierta manera. También trabajamos en los beneficios de dejar de seguir a estos influencers problemáticos y comenzó a seguir a otros perfiles de fitness, especialmente aquellos que mostraban que la condición física y la fuerza pueden existir en cualquier tamaño. En consulta con sus padres, monitoreamos su ingesta calórica en casa para asegurarnos de que comiera lo suficiente para su altura y edad. Su concentración en la escuela mejoró. También realizamos varios ejercicios para aumentar su autoestima, de manera que Daisy* pudiera empezar a creer que tenía más que ofrecer al mundo, y a sí misma, que un cuerpo pequeño.
Otro jóven, Daniel*, solía disfrutar de las redes sociales. Le divertía seguir a sus amigos y a cuentas que reflejaban sus intereses, como la Fórmula 1 y su equipo de fútbol favorito. De vez en cuando, publicaba una foto suya. Las publicaciones de sus amigos obtenían cientos de «me gusta» de miles de seguidores. Daniel* se sentía afortunado si conseguía diez «me gusta» en su publicación, uno de los cuales era de su finsta y otro de su mamá.
Se sentía cohibido y empezó a usar su presencia en las redes sociales y su popularidad (o falta de ella) como una medida de su atractivo físico y su simpatía. «Un perdedor feo», se llamó a sí mismo. Intentó varios métodos para aumentar su número de seguidores e incluso consideró comprar seguidores. Tenía amigos en la vida real: nunca estaba solo en el recreo y siempre recibía invitaciones para hacer algo divertido los fines de semana, pero las redes sociales lo hacían sentir que no era lo suficientemente bueno.
Cuando fue referido a mi consulta, hablamos sobre si las redes sociales le servían. Al revisar su tiempo frente a pantallas, pasaba entre seis y nueve horas al día en plataformas (TikTok, Instagram, BeReal y Snapchat) que lo hacían sentir miserable. Revisamos diversas técnicas para reducir su tiempo frente a pantallas y pronto notó una mejora en su estado de ánimo. También realizamos varios ejercicios de autoestima para aumentar su confianza. Finalmente, él mismo sugirió dejar de publicar en redes sociales. Le gustaba seguir a otras personas y ver lo que hacían, pero sentía demasiada presión para publicar algo él mismo.
Cuando se quitó esa presión, empezó a disfrutar más de las redes sociales y dejó de obsesionarse con cuántos «me gusta» y comentarios recibía, ya que no publicaba nada para que comentaran. Daniel* se dio cuenta de que no tenía que usar las redes sociales de la misma manera que los demás.
Estos son solo dos estudios de caso sobre las redes sociales, el tiempo frente a pantallas y su impacto en los adolescentes. Hay muchos más, y probablemente hayas visto bastantes en tus propias consultas también.
¿Cómo pueden los terapeutas ayudar a los adolescentes con problemas relacionados con redes sociales y tiempo frente a pantallas?
Primero, debemos entender las plataformas que usan. Pregunta a tus clientes que te las muestren si no estás seguro. ¡Apreciarán que te intereses!
Luego, como terapeutas, debemos enfatizar la importancia de la atención plena en el uso de las redes sociales para que puedan tomar decisiones más deliberadas. Ayúdales a establecer límites realistas y horarios de uso, y fomenta actividades para mejorar la autoestima, ya que las redes sociales pueden influir negativamente en esta área con mucha facilidad.
Intenta animar a los padres a no demonizar la tecnología y las redes sociales, sino a enfatizar lo importante que es modelar una buena ciudadanía digital.
El objetivo es empoderar a los adolescentes para que usen las redes sociales de manera sabia y equilibrada, protegiendo su autoestima.